sábado, 23 de enero de 2010

Haiti



HAITI



La  democracia
haitiana nació hace un ratito. En su breve tiempo de vida,
esta criatura hambrienta y enferma no ha recibido más que
bofetadas. Estaba recién nacida, en los días de
fiesta de 1991, cuando fue asesinada por el cuartelazo del general
Raoul Cedras. Tres años más  tarde,
resucitó.


Después de
haber puesto y sacado a tantos dictadores militares, Estados
Unidos sacó y puso al presidente Jean-Bertrand
Aristides,  que había sido el  primer
gobernante electo por voto popular en toda la historia de
Haití y que había tenido la loca ocurrencia de
querer un país menos  injusto.


 El voto y el veto

Para borrar las huellas
de la participación  estadounidense en la dictadura
carnicera del general Cedras, los infantes de marina se llevaron 160
mil páginas de los archivos secretos. Aristides
regresó  encadenado.

 Le
dieron permiso para recuperar el gobierno, pero le prohibieron el
poder. Su sucesor, René Préval, obtuvo casi el 90
por ciento de los votos. Pero, más poder  que
Préval tiene cualquier mandón de cuarta
categoría del Fondo Monetario o del 
Banco Mundial, aunque el pueblo haitiano no lo haya elegido ni con un
voto  siquiera.


Más que el
voto, puede el veto. Veto a las  reformas: cada vez que
Préval,  o alguno de sus ministros, pide
créditos internacionales para dar pan a los hambrientos,
letras a los analfabetos o tierra a los campesinos, no recibe
respuesta, o le contestan ordenándole: -Recite la
lección.

Y como  el
gobierno haitiano no termina de aprender que hay que desmantelar los
pocos  servicios públicos que quedan,
últimos pobres amparos para uno de los pueblos
más desamparados del mundo, los profesores dan por perdido
el examen.

 La coartada
demográfica


A fines del
año pasado cuatro diputados alemanes  visitaron
Haití. No bien  llegaron, la miseria del pueblo les
golpeó los ojos.  Entonces el embajador de Alemania
les explicó, en Port-au-Prince, cuál es

el problema: -Este es un
país superpoblado, dijo.. La mujer haitiana siempre quiere,
y el hombre haitiano siempre puede. Y se rió. Los
diputados  callaron.


Esa noche, uno de ellos,
Winfried Wolf, consultó las cifras. Y comprobó
que Haití es, con El Salvador, el país
más superpoblado de las Américas, pero
está tan superpoblado como Alemania: tiene casi la misma
cantidad de habitantes por kilómetro cuadrado.


En sus días en
Haití, el diputado Wolf no sólo fue golpeado por
la miseria: también fue deslumbrado por la capacidad de
belleza de los pintores  populares. Y llegó a la
conclusión de que Haití está

superpoblado...
de  artistas.


En realidad, la coartada
demográfica es más o menos reciente. Hasta
hace  algunos años, las potencias occidentales
hablaban más claro. La tradición
racista Estados Unidos invadió Haití en 1915 y
gobernó el país hasta 1934.


Se retiró
cuando logró sus dos objetivos: cobrar las deudas del City
Bank  y derogar el artículo constitucional que
prohibía vender plantaciones a los  extranjeros.


Entonces Robert Lansing,
secretario de Estado, justificó la larga y feroz
ocupación militar explicando que la raza negra es incapaz de
gobernarse a sí  misma, que tiene "una tendencia
inherente a la vida

salvaje y una incapacidad
física de civilización".

Uno de los responsables
de la invasión, William Philips, había
incubado  tiempo antes la sagaz idea: "Este es un pueblo
inferior, incapaz de conservar la  civilización que
habían dejado los franceses".





Haití
había sido la perla de la corona, la colonia más
rica de Francia: una gran plantación de azúcar,
con mano  de obra esclava.


En "El
espíritu de las Leyes", Montesquieu lo había
explicado sin pelos en la lengua: "El azúcar
sería demasiado caro si no trabajaran los esclavos en su
producción. Dichos esclavos son negros desde los
pies  hasta la cabeza y  tienen la nariz tan
aplastada que es casi imposible tenerles lástima. Resulta
impensable que Dios, que es un ser muy sabio, haya puesto un alma, y
sobre todo  un alma buena, en un cuerpo enteramente negro".


En cambio, Dios
había puesto un látigo en la mano del mayoral.
Los  esclavos no se distinguían por su voluntad de
trabajo. Los  negros eran esclavos por naturaleza y vagos
también por naturaleza, y la

 naturaleza,
cómplice del orden social, era obra de Dios: el esclavo
debía servir al amo y el amo debía castigar al
esclavo, que no mostraba el menor entusiasmo a la hora de
cumplir  con el designio divino.

Karl von Linneo,
contemporáneo de Montesquieu, había retratado al
negro con precisión científica: "Vagabundo,
perezoso, negligente, indolente y de costumbres disolutas"

Más
generosamente, otro contemporáneo, David Hume,
había comprobado que el negro "puede desarrollar ciertas
habilidades humanas, como el loro que habla algunas palabras".


La humillación
imperdonable.


En 1803 los negros de
Haití propinaron tremenda paliza a las tropas de
Napoleón Bonaparte, y Europa no perdonó
jamás esta humillación infligida a la raza blanca.







 Haití fue el
primer país libre de las Américas.



Estados Unidos
había conquistado antes su independencia, pero
tenía medio  millón de esclavos
trabajando en las plantaciones de algodón y de
tabaco.


Jefferson, que era
dueño de esclavos, decía que todos los hombres
son iguales, pero también decía que los negros
han sido, son y serán inferiores.

La bandera de los libres
se alzó sobre las ruinas. La tierra haitiana
había sido devastada por el monocultivo del
azúcar y  arrasada por las  calamidades de
la guerra contra Francia, y una tercera parte de la
población  había caído en el
combate.

Entonces
empezó el bloqueo. La nación recién
nacida fue condenada a la soledad. Nadie le  compraba, nadie
le vendía, nadie la reconocía. El delito de la
dignidad Ni  siquiera Simón Bolívar, que
tan valiente supo ser, tuvo el coraje de firmar el
reconocimiento diplomático del país negro.


Bolívar
había podido reiniciar su lucha por la
independencia americana,  cuando ya España lo
había derrotado, gracias al apoyo de
Haití.

El gobierno haitiano le
había entregado siete  naves y muchas armas
y  soldados, con la única condición de
que Bolívar liberara a los esclavos, una  idea que
al Libertador no se le había ocurrido. Bolívar
cumplió con este  compromiso, pero
después de su victoria, cuando ya gobernaba la Gran
Colombia,  dio la espalda al país que lo
había salvado.

Y cuando
convocó a las naciones americanas a la
reunión de Panamá, no  invitó
a Haití pero invitó a Inglaterra.

Estados  Unidos
reconoció a Haití recién sesenta
años después del fin de la guerra de
independencia, mientras Etienne Serres, un genio francés de
la anatomía,  descubría en
París que los negros son primitivos porque tienen poca
distancia entre el ombligo y el pene.


Para entonces,
Haití ya estaba en manos de carniceras dictaduras militares,
que destinaban los famélicos recursos del país al
pago de la deuda  francesa:  Europa
había impuesto a Haití la obligación
de pagar a Francia  una indemnización
gigantesca, a modo de perdón por haber cometido el delito de
la dignidad.


 LA HISTORIA DEL
ACOSO CONTRA HAITÍ, QUE EN NUESTROS DÍAS TIENE
DIMENSIONES DE  TRAGEDIA, ES TAMBIÉN  UNA
HISTORIA DEL RACISMO EN LA CIVILIZACIÓN OCCIDENTAL.


Eduardo  Galeano






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